Hemos de hundirnos fieles a nuestros sentimientos entre la peste que desprende esta mundana ciudad y su típica gente. Resulta cada entidad ser un pozo de luz estancada en los mares de la turbia decepción, por ello escondemos las alas bajo el anonimato sentimental que nos caracteriza. De vez en cuando compartimos nuestra gracia superior, pero su ignorancia nos condena, su traición es cotidiana. No fue elección mojarnos en frialdad para obviar su mirada, es simple, por placer han llegado a odiar su propia creación. Y nuestra grandeza incomprensible, su real, les ha abierto sus alas para ser traicionado ante la relativa fidelidad ahogada en lujuria. Como un ente superior, buscan hacer de un corazón una prisión de capricho al colgarse del lamento de nuestro ultimo aliento.
Como es usual andar por estas tierras, caemos en cuenta de la superficialidad que nos rodea. Es difícil alzar vuelo entre los chungos y sus ideales polarizados. Pues con tanta majestuosidad, para un mortal es preferible escapar, dejando en nuestros labios el sabor de la soledad que nos obliga a amar.
La peste humana se cautiva ante el brillo de nuestra magnificencia. Acuden a nosotros rodeando como polillas una lampara en la noche y como insectos que son... pueden molestarnos, asquearnos y en algunos casos hasta gustarnos por lo simple de su vacía existencia.
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